sábado, 28 de abril de 2012

DEL CINE, LA RADIO Y EL TEATRO



Por: José Tamborrel Suárez

Año: 1952




La superioridad del teatro sobre el cine estriba en que en el teatro se ve y oye actuar a los individuos en sus diversas caracterizaciones. Ahí lo que se ve, está sucediendo realmente, en tanto que en el cine, todo lo que se ve ha pasado ya, y no hay actuación física, lo cual tiene que decir mucho.

El cine gusta a las masas porque es una diversión cómoda.

Dentro de la relatividad de las cosas que existen, tenemos el caso de lo que aquí en México ha dado en llamarse “Cine Nacional”, si se considera que el 05% de los actores, actrices, directores, productores, etc., son extranjeros.

No hay palabras para condenar la literatura morbosa y las películas inmorales. Son dos azotes que la humanidad está sufriendo con increíble paciencia. Resulta inexplicable que los gobiernos, representantes de la sociedad, encargados de velar por su educación, bienestar, buenas costumbres, etc., permanezcan indiferentes ante tamañas osas, ¿Por qué no acabar de raíz con esto? ¿Qué es lo que espetan?...

La radio ha llegado, así es, en nuestros días una cosa casi indispensable para la vida, en ella se busca esparcimiento, distracción, noticias, conocimientos… Los dirigentes de las empresas relativas, deberían ser escrupulosos en la confección de sus programas, teniendo una mejor opinión del público que escucha. Con esa mejor opinión, sus programas también serían mejores y el público quedaría satisfecho. Se cuentas por millones las perronas que se han hecho enemigas de la radio, por la baja calidad de sus programas. La radio debería ser fuente de cultura, de divulgación científica, buenas ideas. Sus anécdotas constructivas, sus chistes finos…

Hay veces que no es posible dejar de sonreír, cuando por esas calles de Dios, ve uno a las pobres mujeres hechas una facha, por los llamados caprichos o dictados de la moda, que unos cuantos “vivales” lanzan constantemente al mundo, O bien, aquellos que dejándose crecer el pelo, se disfrazan de directores de cine: calzado color marrón con suelas amarillas y cintas azules, calcetines reyados, pantalón verde nilo, camisa azul pavo con con muchas figurillas estampadas, saco café con franjas amarillas, una esclava de sospechoso oro en el tobillo, descomunal reloj de pulsera, guantes de piel de cerdo, una gran pipa…, y un formidable de nabab aburrido… ¡Qué cosas!...

Una censurable y baja artimaña de los empresarios teatrales, en anunciar en forma llamativa, que su espectáculo es “solamente para adultos”. Con un anuncio en estas condiciones, los incultos y los estúpidos caen como moscas en la miel… (Hay que advertir que con la nota o sin la nota de marras, los menores no asisten al teatro, pues en general no es espectáculo que les agrade.

La gente dice que le gusta el teatro… ¡pero va al cine!...

Los peliculeros mexicanos han ganado mucho dinero; ¡pero nos han hecho pedazos en el extranjero!

¿Qué en México la gente no se ocupa más que de cantar, tocar la guitarra y matar?... Esta es la pregunta que de rigor le hacen a uno en el extranjero. (Gracias a los buenos oficios de nuestros “competentes” “peliculeros”…)

Cuando se va al cine y la película resulta mala, como con frecuencia sucede, lo sensato es salirse inmediatamente. Con este procedimiento se pierde el importe de la entrada, pero por lo menos no se pasa un mal rato. De lo contrario, se sufrirá un desengaño y, se habrá pagado por sufrirlo.

Los locutores de la radio deberían tener la precaución de hacer tomar sus versiones taquigráficamente, para así poderse dar cuenta de las barbaridades que hablan y de la forma tan lamentable que se repiten.

Cuando me encuentro con alguien que carece de empleo, invariablemente le aconsejo: Hágase actor de cine o cancionero… ¡Al fin! –le digo--, para esas cosas no se necesita saber nada ni entender nada…

¿Se imaginan ustedes lo que serían los llamados artistas del cine, sin la publicidad? Sin la publicidad no habría “fabulosas ganancias”, romances con toreros, luchadores o príncipes, ni viajes de ensueño, residencias lujosas, escándalos, divorcios, ¡ni nada de esas mentiras que se cuentan de ellos!... No habría más que la verdad, la cruda verdad: el duro trabajo, los salarios modernos, las intrigas para obtener un papel o cuatro semanas de trabajo, la vida vulgar, los apuros económicos, las deudas, los viajes de publicidad pagados con tacañería por la compañía cinematográfica para su viaje de publicidad… La prensa en tanto, hablaba de un maravilloso romance, de costosas dádivas del “príncipe”… ¡Cuanta miseria disfrazada!...

¿Por donde andará la moral? –se pregunta uno--, cuando ve la indiferencia de la sociedad ante el descaro y desfachatez cada vez mayor, de las llamadas actrices del cine, que públicamente y con gran bombo publicitario, se presentan en todas partes, principalmente visitando países extranjeros de sus “queridos” del momento, que lo mismo pueden ser príncipes en desgracia, directores de orquesta, vagos sin oficio ni beneficio o, lo que es más común, “gigolós” profesionales… ¡Y pensar que existe gente que suspira por estrechar la mano de una golfilla de ésas, disfrazada con la pomposa designación de actriz!...

Siempre que se va a un salón de cine existe la esperanza de ver una cosa diferente, buena, extraordinaria… Por regla general la esperanza sale defraudada… ¡sin perjuicio de que el día siguiente se persevere en lo mismo!

Para el cine se ha tenido que crear una música de tipo especial, que sieve de fondo a determinadas escenas que tiene que supeditarse a la acción. Esta música, creación de los últimos tiempos, carece de personalidad y de expresión definida, y generalmente, solo es buena para una ocasión, teniendo que adaptarse y fundirse a la visual.

Conozcamos la opinión de un gran escrito francés Claire Farrere, con respecto al teatro y al cina: “¿Cuál es la diferencia que existe entre un obra teatral y una película? Exactamente la misma que existe entre un libro y un Álbum de imágenes con leyendas o sin ellas. El primero, habla al cerebro; el segundo, a los ojos. El teatro remueve nuestro pensamiento; el cine, nuestros sentidos. Este es, por lo tanto, menos fatigoso que aquel; pero también menos provechoso. A mi juicio, el cinematógrafo llevará la mentalidad humana a la peor de las degradaciones”.

Los actores y actrices del cine son millonarios si no se trata de otra cosa que de su publicidad, porque en cuando se trata de algo serio como pagar la cuenta, la carne o la leche… ¡entonces si están quebrados! No hace mucho tiempo leí en uno de los principales diarios de la ciudad de México, la siguiente notifica: “Fulano de tal –aquí el nombre de un famoso actor--, que según su publicidad era millonario, vivía en un palacio, realizaba costosos viajes, etc., y su ex esposa --aquí el nombre de una renombrada “luminaria” del cine--, han llegado caso a un acuerdo. Ella dice que le pasará una pensión de ciento cincuenta pesos mensuales para el sostenimiento del hijo de ambos (algo así como veinte dólares al mes). ¡Sin comentarios!

Para conservar la admiración del público, los artistas de teatro y cine se sobreponen en todos sentidos… ¡inclusive a la edad!

Parece que los dineros no se llevan bien con los actores y actrices de la pantalla. Últimamente tuve oportunidad de visitar la casa de una de las más famosas artistas de Hollywood, que ha figurado en infinidad de películas durante los últimos veinte años. Esta célebre actriz, comentaba ingenuamente que todos los esfuerzos económicos de su vida, los había concentrado en realizar su sueño de poseer una linda casa como la suya, la que por cierto tiene una magnífica apariencia exterior, aun cuando es de madera, como lo son la inmensa mayoría de las casas de los Estados Unidos de América. Tiene un total de catorce cuartos y mide de fondo dieciséis metros. Al frente tiene una modesta pecina en medio de un pequeño jardín cubierto de césped. Por dentro está arreglada y decorada con bastante buen gusto. El resultado económico de veinte años de constantes esfuerzos y sacrificios, ha sido la mencionada casa. Sin embargo, durante esos veinte años, la publicidad al referirse a la conocida actriz, no ha hablado de otra cosa que de sus millones de dólares, sus ganancias fabulosas, sus extravagancias, amores con nababes, matrimonios en Roma, divorcios en Reno, ranchos en Arizona, yates de lujo, etc., etc. ¡Y en tanto la publicidad se ocupaba en ella de esa forma, la infeliz mujer luchaba sin descanso, muchas veces bastante enferma, guardando avaramente hasta el último centavo, para poder realizar la ilusión de su vida: poseer una modesta casa en un rumbo distinguido!...

Es mucha la gente razonable que considera a la radio como al anemigo número uno… ¡y no le falta razón!

A las llamadas artistas de cine todo se les pasa. Hay algunas que cada tres meses cambian marido, escandalizan con “sus buscas”, viajan descaradamente con sus amantes (aunque muchas veces, después se casen con ellos)… Sin embargo, la sociedad las acoge y disimula “sus ligerezas”…

Una fulgurante estrella del cine mexicano estuvo en Paris, y cuando regresó a México, le preguntaron qué era lo que más le había llamado la atención de la bella ciudad. Ingenuamente respondió: los franceses… ¡qué cantidad… ¡Había que verlos!...

La misma relampagueante actriz, dijo:--Cuando llegué a Londres, después de abandonar Europa… me sentí feliz.

En México, es cosa sencilla llegar a ser actriz de cine. Lo primero que se necesita es llegar a ser reina de cualquier cosa y después saberse poner en buenos términos con la prensa, lo que tampoco es difícil… ¡lo demás… viene solo!

En el cine jamás se toman en cuenta las aptitudes artísticas. La que vale, como en el caso de las mujeres, es que sean del agrado y gusto del que pone

el dinero, aunque no valgan nada en ningún sentido. Si ellas las apoyan y ayudan, los periódicos harán el resto. Así han hecho creer a infelices mujeres que sin grandes artistas, que son las más bellas del mundo, las más elegantes, las más espectaculares… ¡y quien sabe cuantas tonterías más!... hay casos de éstos para morirse de risa. Existen algunas que se creen diosas en arte y belleza… y que si no fuera por la publicidad, y la ingenuidad de los públicos, no servirían ni para barrer…

Existen señoras que, según los periódicos, son eminentes actrices de cine, ganan sumas extraordinarias por cada película, visten elegantísimas, son maravillosas… y que, sin embargo, son más inexpresivas que la misma esfinge, poseen una voz cascada y monótona, capaz de dormir al más despabilado, la belleza un tanto ajada t la elegancia muy discutible…

¡Que Dios perdone a todos esos que han intervenido en lo que se ha llamado “Cine Nacional”!... ¡Sinceramente lo deseo!

Sin el constante bombardeo de la publicidad periodística, la mayor parte de los llamados artistas de la pantalla se desinflarían como globos picados.

¡Quien sabe de donde habrán sacado nuestros peliculeros que los indios mexicanos hablan con ese desagradable acento y estilo que ellos invariablemente exigen y les aplican!... Confunden lamentablemente el modo de hablar de la clase baja mexicana que vive en los Estados Unidos de América, con la dulce y grata de nuestros indios…

Cada dia aumenta mas la infantilidad de ls públicos que asisten al cine… ¡Basta ver el alboroto y regocijo que se “arma” cuando se exhiben películas de “monitos” , que no hay duda están hechas para niños de seis, siete a ocho años. Con eso se demuestra el poco “cacumen” de la inmensa mayoría de la gente de esa época.

En las películas nacionales, de las que los mexicanos nos sentimos muy orgullosos, es muy frecuente que; el capital sea puesto por un señor de nacionalidad indefinida (¡ahora hay muchos de esos!); el director, sea libanes; el autor, sudamericano; rl distribuidor, catalán… y así todo por el estilo, hasta llegar a la última figura que es la que siempre resulta ser mexicana… ¡Ah; pero eso si, las películas son mexicanísimas!... ¡T, naturalmente, las “primeras” de la América Latina!...

En estos países hispano-americanos, cuando alguna joven, para desgracia suya, se casa con un actor de cine norteamericano su familia se va “arriba”. En estos casos en donde la publicidad hace su agosto… y sus victimas. El actor puede ser un infeliz y otras muchas cosas; pero ¡eso no importa!...! Basta que sea actor de cine!.. ¡Que se mueran de envidia las quintopatieras amigas! …

¡Es notable la idea que tiene la gente de los asalariados de H0llywood!... ¡Lo que menos se imaginan es que son millonarios!... ¡Si supieras que muchos no son dueños ni de lo que traen encima!

En Hollywood y sus alrededores cualquiera puede disfrutar de crédito… iempre y cuando no trabaje en el “cine”.

Las llamadas actrices de la pantalla son muy afectas a cierto tipo de nombrecitos. Les encanta llamarse Del Rey, Del Mar, Del Monte…

¡Vaya que la publicidad se excede! Un cronista de prensa calificó a una actriz de cine, de caballuno andar, ronca y monótona voz, mirada de loca y ceja diablescas… ¡nada menos!, que de superdivina… ¿Cómo podría, después de eso, calificar a la Benhardt, el cronista de marras? ¡No hay que exagerar!... Una cosa es que ella se lo crea… y otra, que se le diga…

Para nosotros los occidentales, el teatro japonés nos parece un tanto confuso y raro. Sin embargo, una vez que ya lo conocemos, nos sentimos irresistiblemente atraídos hacia él.

Los llamados artistas de cine pertenecen en cuerpo y alma a la publicidad. Ellos son y valen lo que la publicidad quiera. Esta los eleva, , y cuando a bien lo tiene, los destruye. Son algo así como sus hijos. Hacen mal en quejarse cuando son atacados o burlados por la prensa, pues es la prensa la que los ha colocado en el pedestal en donde se encuentran.

Todos los chismes y tonterías que se cuentan de los “artistas” de la pantalla, son consecuencia lógica de su vida absurda y del “bluff” que los rodea.

Si un pueblo es inculto, gusta del cine, pero si es analfabeto, lo maravilla…

Para los actores de cine mexicano, los sombreros de charro y las pistolas son sus útiles o herramientas de trabajo. Sin estas cosas no podrían trabajar, ni serían los que son...

Los malos directores cinematográficos, por cierto muchísimos, no encuentran otra manera de “poner sal” a sus películas, que presentando con cualquier pretexto, venga o no a cuenta, un “deshabillage”, o algún detalle así por el estilo. (En ese tipo de escenas se retratan así mismos.)

La radio se ha apartado de su cometido de llevar aducación y cultura a las masas.

Para que el teatro pueda subsistir es necesario c que cuente con apoyo social que lo sostenga… y ese apoyo es muy difícil ya en estos tiempos en los que el cina ha dominado.


El periódico “El Universal” de fecha 12 de enero de 1950, dice: “Hasta los charros del cie mexicano son extranjeros”. ¡Sin comentarios!

Los que viven de un público no pueden permitirse el lujo de enfermar, pues con razón se suponen que si no actúan constantemente y la prensa se ocupa de ellos, el tornadizo público puede olvidarse, sustituyéndolos por otros… ¡Y no les faltan motivos ni razones para pensar así!…

Una de las principales causas del encanallamiento que ahora tanto se nota en la gente, es debido a la clase de espectáculos que gusta.

Con respecto a cierto género de teatro, hay lugares en donde se puede representar tal o cual escena, sin que provoque escándalo… y otros, en los que la misma escena puede puede levantar protestas y criticarse con dureza. La elasticidad de la moral es palpable en estos casos.

¡Qué diferencia entre un actor japonés y uno que no lo es! En el japonés, por razones de tradición, costumbre, elevado concepto de su papel, etc., es un “selor” en toda la extensión de la palabra. En él hay caballerosidad, gentileza, elegancia, distinción, cultura… ¡en cambio, en los otros!...

No existe duda acerca de lo ilimitadamente fecundo del ingenio humano¸ pero si lo existe en el caso de los argumentistas y productores cinematográficos, cada vez más infantiles, prosaicos, estúpidos y alejados de la realidad. Después de cerca de medio siglo de hacer películas, todavía no han podido salir de sus veinte tipos de argumentos, que con una constancia digna de mejor suerte, han lanzado sin cesar a infelices y adormilados públicos del mundo. Estos veinte tipos de argumentos, con ligerísimas variantes, son:

1. El que se refiere a los “cow-boys”.

2. El de la revista musical.

3. El que se refiere a los líos e intrigas por el campeonato de boxeo.

4. El que de una u otra forma se refiere a las carreras de caballos.

5. El tema de presidiarios.

6. El relativo a dificultades entre “gánsteres”.

7. El de las películas cómicas que no tienen ni pies ni cabeza.

8. El trilladísimo y siempre igual de los piratas.

9. El de la guerra con sus intrigas de espionaje, etc.

10. La de los aviadores.

11. El de las luchas deportivas entre las universidades norteamericanas.

12. El del triangulo amoroso, que lo repiten sin variante alguna.

13. El del psicoanálisis, que tiene la característica de ser siempre un terrible “papasal” que nadie entiende (ni los que lo escribieron).

14. El del fiscal que es candidato a gobernador, y que por equis razones se ve en aprietos.

15. El del médico que trunca su carrera por algunas circunstancias desgraciada, se hace borracho y se establece en alguna isla o lugar lejano. Este tipo de medico siempre tiene “buen fondo” y es filosofo.

16. El que se relaciona con una mujer exótica en lejanos países. (Estas películas siempre se llaman: Shanghái, Estambul, Argel, Marruecos, etc.)

17. El policial. El crimen que se comete en una residencia… El detective tonto y atrabiliario que trata de descubrir a autor entre los asistentes. La mayor parte de las escenas de estas películas se desarrollan siempre en el salón principal de la casa…

18. El del tipo novelesco, que por cierto no lo han explotado tanto como a los demás, seguramente porque se requiere de más imaginación y de un fino espíritu humorístico…

19. El de los misterios: ventanas que se abren solas, cortinas que vuelan, relámpagos, truenos, sombras, ruidos raros, telarañas, la mujer de cara larga vestida de negro, etc.

20. El de la mujer que, en una u otra forma pone cuernos al marido, ¡y este cae de rodillas pidiéndole perdón!...

De acuerdo con esta clasificación, desde que uno ve el comienzo de la película puede darle el número correspondiente… ¡y conocer el resultado final!



Lo que es, que si el sabio Le Forest, inventor de la radio, juzgó y así lo hizo saber a la Asociación Internacional de Estaciones de Radio, de que lo estúpido y falto de sentido de sus programas, parecía que estaban hechos y detonados a un publico de no mas de trece años de edad. ¿Qué podría decirse del actual cine hablado, cuyos argumentos, actuación de actores, clase de ellos, mentalidad, situaciones, publicidad, etc., etc., es tan mediocre? Podría decirse: ¡afirmándose!, que estaba hecho para un publico de ignorantes y locos… Los que están dedicados a esa insustancial y lucrativa industria, deberían considerar, aunque fuera un poco, al publico, al infeliz publico, que a falta de otra distracción se ve forzado a concurrir a un salón de cine, para salir siempre defraudado ante tanta barbaridad y tontería. Los públicos en general no saben apreciar lo que es extraordinariamente bueno, pero i saben estimar y distinguir lo bueno…

Así como van las cosas, el “triunfo” de cierta clase de mujeres será sumamente fácil: de familia a reina de cualquiera de las mil y una cosas, como ahora tanto se acostumbra… y de ahí al “estrellato del cina”… Es una carrera que ya se está poniendo de moda… Las fámulas disminuirán; pero en cambio habrá reinas y estrellas de cine en cantidad…

¡Dichosos aquellos tiempos en que el teatro estaba considerado como un centro de cultura¡…

Lástima que un invento tan maravilloso como el de la televisión no sirve para otra cosa que para ver y oír estupideces.

¡Maravillosa ingenuidad los que en esta época adquieren un inútil aparto de televisión. (Inútil porque no sirve para nada, excepto para fatigarse la vista y el oído… El más malo de los pasatiempos es infinitamente mejor e infinitamente más económico.)

Los “snobs” y los simples han tenido una nueva oportunidad: adquirir un aparato de televidión.