Por: José Tamborrel Suárez
Año: 1952
A PELAYO AZNARI, todos lo tenían por loco de remate. Se decía que era un tipo de ideas y costumbres raras.... Yo, lo conocía simplemente de vista. A diario lo encontraba en el tranvía, donde cortesmente cruzábamos saludo con ligera inclinación de la cabeza. Alguna vez tuve oportunidad de observarlo, me llamó la atención su pulcritud en general; pero sobre todo su fisonomía franca y luminosa. Su mirada, al mismo tiempo que penetrante e investigadora, era comprensiva y dulce.... En verdad, su exterior no decía nada acerca de los rumores que corrían sobre sus excebtricidades t rarezas, ni sobre sus famosas ideas, las que por cierto, eran el obligado platillo diario de los vecinos de la pequeña villa donde vivíamos, de los habituales pasajeros del tren eléctrico que nos conducía a la ciudad y de los contertulios del principal "café" del lugar...
EN el ambiente de nuestra villa, era muy frecuente oír decir: ¡yo!... ¡como Pelayo Aznari!...; ¡yo!... ¡como dijo Pelayo Aznari!... o bien: ¡yo, opino como Pelayo Aznari!...; y así por el estilo. Todo naturalmente en plan jocoso, de burla y entre risas. De esa época no recuerdo chiste, broma, cuento o ironía, en la que no tuviera su parte, el tan traído y llavado Pelayo. Por mi parte, he de confesar que también creía cuanto se decía de él; pero sin dejar de considerar que sus juicios y opiniones no estaban tan desencaminados de la verdad y la razón.
LOS años transcurrían lentos y tranquilos en la quieta y apartada villa. Nuestra vida se deslizaba gratamente monótona... Una tarde de octubre que me paseaba por un bosque, cercano al lugar llamado "Las Fuentes Brotantes", sitio agreste y encantador en aquellos tiempos, vi venir a Aznari acompañado de una perrita común y corriente, que despreocupada y alegre, retozaba a su lado, especialmente cuando él le hacía algún ademán o le dirigía la palabra. Vestía cómoda ropa de campo, iba tocado con un fino sombrerillo de fieltro de tipo tirolés, fumando una larga pipa y con las manos metidas de gruesa chaqueta de lana. Era un hombre joven, de buena estatura, ni alto ni bajo, ligeramente moreno, de facciones regulares y de aspecto sano. Por ahí, también andaba disfrutando de la belleza de la tarde atoñal, Karl Hansen, un aleman, propietario de una de las mejores huertas de los contornos. Hansen no iba solo, lo acompañaba un gran "bulldog" ckato, de aspecto horrble y, según fama, bravísimo. Hansen y su perro tenían un no sé qué, que los hacía parecerse extraordinariamente. El pelirubio Karl gozaba hasta lo indecible cuando su "Kaiser" desaperecía tra un inocente perrilli y lo dejaba muerto al primer ataque. Sin embargo, el señor Hansen era muy bien visto en todas partes, guardándosele muchas consideraciones y respeto. Todo el mundo lo tenía por hombre bueno, religioso, sensato, justo y de buenas costumbres. Ver a "Kaiser", a la perrita del raro Pelayo Aznari, y lanzarse sobre ella ¡fue uno! Al observar aquello sentí un horrible escalofrío, al mismo tiempo que ansiosamente buscaba alguna cosa a mi alrededor, con que defender al infeliz animalito, que un instante sería despedazado. Hansen reía a "mandíbula batiente", y confiado y alegre gritaba a su perro. Entonces sucedió algo inesperado: Pelayo Aznari sacó rapidamente del bolsillo derecho de su chaqueta un revolver, con el que, sin titubear, apuntó al feroz can, interponiendose entre este y su perrita, que, medrosa y encogida, se escondía tra él. El instinto, o quizás el brillo del arma, detuvo al "bulldog", en tanto que Hansen, al ver aquello, corría tanto como sus fuerzas se lo permitían, llamando con fuertes voces a su perro. La escena terminó cuando el teutón, eahndo chispas, increpó su actitud a Aznari, diciéndole que "esas no eran maneras"...
LOS hechos descritos, forzaosamente nos obligaron a iniciar una conversación... No obstante el incidente, Pelayo Axnari se hallaba sereno y tranquilo. La pistola, --me dijo--, solamente suelo usarla en casos como este que le ha tocado a usted presenciar y que lamento muchísimo... Soy hombre que respeto a todo el mundo e incapaz de hacer el menor daño a nadie.
NOS sentamos cómodamente bajo un gran eucalipto y platicamos de muchas cosas. ¡No sabe el gusto que me da conocerlo!... --me dijo--. Su costumbre de dar largos paseos sokitarios, siempre me hicieron suponer que entre usted y yo existiría alguna afinidad. Muchas veces, al verlo de lejos, caminando por tan apartados lugares, me dieron deseos de saludarlo y platicar con usted, acompañándolo en su recorrido. Yo, que por mi parte había experimentado los mismos deseos, así se lo hice saber, y pronto entre nosotros se estableció una franca y cordial simpatía. Conversamos mucho. Yo lo escuchabacon verdadera atención y curiosidad, recordando todo lo que se decía de él. Poseía gran agilidad mental y un don especial para dar fuerza a sus palabras y argumentos. Su plática me pareció en extremo interesante, sus razonamientos claros y sus puntos de vista lógicos. En todo lo que decía se notaba al hombre que ha vivido mucho, al hombre de bastante experiencia. Todo en el era cuerdo, profundo, y, sin embargo, sencillo. Entonces comprendí por qué lo consideraban loco y raro... ¡la razón era obvia!... ¡era diferente!... ¡con eso bastaba!
NO convengo, me decía en aquella ocasión, con las desenfrenadas ambiciones del hombre, con su constante y terrible lucha por adquirir dinero en lugar de sabiduría, con sus falsas necesidades, su asquerosa animalidad apenas didimulada, su odio a la verdad, su indiferencia para las cosas del espíritu, su brutal egoísmo, sus diversiones bárbaras, como la de las corridas de toros, las peleas de gallos, el tiro al pichón, etc., o estupidas como el boxeo, o la lucha libre, o totas e infantiles como todas esas de la pelota. ¡Pensar que existen millones de fanáticos para todas esas cosas!... No estoy de acuerdo tampoco con la manera de actuar de las organizaciones religiosas en general, cuya tendencia debería ser, preferentemente, desarrollar de manera efetiva y con procediemientos prácticos el amor, la bondad, la cultura, la humildad; pero sobre todo la comprensión entre todos los seres de la Tierra, en lugar de fomentar la la profunda división que existe, y de su labor insubstancial e inefectiva, siendo la mejor pruebe de ello: las guerras que no cesan en el mundo, la lucha sorda y constante entre las diversas clases sociales, el aumento del vicio, del crimen, de la prostitución, de la inmoralidad en todos los aspectos, del fanatismo que produce terribles odios... Sobre este particular pienso que si todas las religiones tienden a un mismo fin, ¿por qué no se ponen de acuerdo...? Amo a Dios sobre todas las cosas, y tengo un espíritu tan profundamente religioso, que, por ejemplo, jamás puedo beber un vaso de agua, sin dar antes gracias al Creador.
ME gustaría mucho ser su amigo, --le dije-- ¿me permitirá usted visitarlo alguna de estas noches? Será para mi un gran placer, --me respondió--, yo también deseo su amistas. Esperaré su visita. ¡Adios!
Y así fue como me relacioné e hice amistad con Pelayo Aznari. Noche a noche lo visitaba. Entre los dos preparabamos el té, y en su pequeña biblioteca, en un ambiente grato y acogedor, charlabamos largamente de mil cosas finas y agradables. Yo sé, --me decía--, que soy considerado como un ente raro... ¡y quizás lo sea! Un individuo como yo, no puede tener cabida en una sociedad con la que no está de acuerdo. ¡En verdad, nunca he sabido que pensar de mi!... sobre todo, cuando noto la diferencia tan marcada que existe entre la manera de pensar de los demás y la mía...
CIERTA noche, que festejabamos su retorno al hogar, después de un viaje más o menos largo por eñ extranjero, bebimos un sabroso vinillo y al calor de la bebida nos pusimos un tanto románticos... Entonces, se le ocurrió recitar unos maravillosos versos de un excelente amigo de ambos, que me tuvieron suspenso. Al terminar, lo abracé emocionado, haciéndole la observación de que cuando recitaba, su rostro irradiaba una gran felicidad. Nadie, --le dije-- me ha parecido más feliz que usted en ese momento... Me miró fijamente, con una de esas miradas muy suyas, movió la cabeza y poniendo sus manos en mis hombros me dijo:--En muchas ocasiones le he platicado a usted de mi felicidad... Efectivamente soy feliz, mucho, muy feliz, y mi felicidad se deriva de una cosa muy sencilla: de mis observaciones. Podríamos decir que mi dicha es un producto lógico y natural de ellas... Y, con suave ademán, me invitó a tomar asiento. ¡Mire usted! --prosiguió--, la gente puede ser feliz por uno, dos , tres, cinco o diez motivos... Yo lo soy por centenares... ¿Se interesaría usted en conocerlos? Indudablemente, --le contesté-- ¡Pues bien! mañana mismo procuraré comenzar a poner en orden mis modestísimas ideas sobre el particular, y redactaré lo que me gustaría llamar: "Los trescientos y un motivos por los cuales soy feliz"... ¿Qué le parece?... Prepárece usted, porque en ellos habrá de todo... ¡Por ciert! que esos motivos no han de ser todos; pero por lo menos los principales, y si usted lo quiere, podríamos comentarlos en la misma forma que acostumbramos hacerlo con nuestros diversos temas... y así tener la oportunidad de burlarnos y reirnos de ese "mi Yo" que tan malas pasads acostumbrra jugarme... ¿De acuerdo?...
DIAS después me hizo entrega de un voluminoso lote de cuartillas, con una serie de comentarios, numerados del uno al trescientos uno. Estos comentarios son los que reproduzco an principio de esta obra, sin quitar y poner nada absolutamente...
LA relación que tuve con Pelayo Aznari por espacio de veinte años. fue la de una noble e íntima amistad. Por ese tiempo contraje matrimonio, tuve muchos hijos y pude crear una fortuna a base de honradez, sin menoscabo de nadie. En todos sus actos fue justo, y en todas sus cosas claro y definido. Le gustaba ganar dinero solamente para poder ayudar a los demás. Mo creo que haya habido un solo día de su vida, en que no hubiera hecho muchos favores y beneficios. Caminaba por las calles atento para ver a quien podía ser útil. A todos consolaba y socorría. Cada año organizaba una campaña para realizar mil obras buenas, y el solo, sin la ayuda de nadie, las hacía. Noches enteras se pasaba recorriendo la ciudad para ayudar a cuantos podía. Carecía de religión; pero amaba profundamente a Dios. Su respeto a la naturaleza era tal, que no era capaz de cortar una flor. Su filosofía le permitió vivir una de las vidas más íntegras de que haya yo tenido noticia. De él podría decirse lo que Amado Nervo dijo de sí mismo:
MUY cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
PORQUE veo al final de mi rudo camino
que yo fuí el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas;
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
CIERTO, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas que tu no me dijiste que mayo fuése eterno!
HALLE sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tú solo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
AMÉ, fuí amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!...
PELAYO AZNARI, murió un día del mes de mayo, justamente al cumplir setenta años de edad. Expiró mientras oía buena música, sonriendo a los suyos y en paz con todos... De entonces acá ha transcurrido algún tiempo. Yo, siempre pensando en él, en su manera de ser, en sus cosas, en su filosofía... en todo eso que le permitió tan amplia y gozozamente... ¡Y así! he resuleto escribir este ensayo, para dar a conocer sus ideas; ¡pero en cierta forma! ¡como si estas fueran mías!... todo traducido al momento y basado en mis recuerdos, su correspondencia... Lo haré de acuerdo con mis conocimientos y modestísima cultura; pero eso sí, con una gran fe en que podrá ser útil a todos, particularmente a los espíritus libres y a los hombres buenos. ¡Ojalá no me equivoque!... y la filosofía de Pelayo Aznari y este esfuerxo resulten provechosos.
A PELAYO AZNARI, todos lo tenían por loco de remate. Se decía que era un tipo de ideas y costumbres raras.... Yo, lo conocía simplemente de vista. A diario lo encontraba en el tranvía, donde cortesmente cruzábamos saludo con ligera inclinación de la cabeza. Alguna vez tuve oportunidad de observarlo, me llamó la atención su pulcritud en general; pero sobre todo su fisonomía franca y luminosa. Su mirada, al mismo tiempo que penetrante e investigadora, era comprensiva y dulce.... En verdad, su exterior no decía nada acerca de los rumores que corrían sobre sus excebtricidades t rarezas, ni sobre sus famosas ideas, las que por cierto, eran el obligado platillo diario de los vecinos de la pequeña villa donde vivíamos, de los habituales pasajeros del tren eléctrico que nos conducía a la ciudad y de los contertulios del principal "café" del lugar...
EN el ambiente de nuestra villa, era muy frecuente oír decir: ¡yo!... ¡como Pelayo Aznari!...; ¡yo!... ¡como dijo Pelayo Aznari!... o bien: ¡yo, opino como Pelayo Aznari!...; y así por el estilo. Todo naturalmente en plan jocoso, de burla y entre risas. De esa época no recuerdo chiste, broma, cuento o ironía, en la que no tuviera su parte, el tan traído y llavado Pelayo. Por mi parte, he de confesar que también creía cuanto se decía de él; pero sin dejar de considerar que sus juicios y opiniones no estaban tan desencaminados de la verdad y la razón.
LOS años transcurrían lentos y tranquilos en la quieta y apartada villa. Nuestra vida se deslizaba gratamente monótona... Una tarde de octubre que me paseaba por un bosque, cercano al lugar llamado "Las Fuentes Brotantes", sitio agreste y encantador en aquellos tiempos, vi venir a Aznari acompañado de una perrita común y corriente, que despreocupada y alegre, retozaba a su lado, especialmente cuando él le hacía algún ademán o le dirigía la palabra. Vestía cómoda ropa de campo, iba tocado con un fino sombrerillo de fieltro de tipo tirolés, fumando una larga pipa y con las manos metidas de gruesa chaqueta de lana. Era un hombre joven, de buena estatura, ni alto ni bajo, ligeramente moreno, de facciones regulares y de aspecto sano. Por ahí, también andaba disfrutando de la belleza de la tarde atoñal, Karl Hansen, un aleman, propietario de una de las mejores huertas de los contornos. Hansen no iba solo, lo acompañaba un gran "bulldog" ckato, de aspecto horrble y, según fama, bravísimo. Hansen y su perro tenían un no sé qué, que los hacía parecerse extraordinariamente. El pelirubio Karl gozaba hasta lo indecible cuando su "Kaiser" desaperecía tra un inocente perrilli y lo dejaba muerto al primer ataque. Sin embargo, el señor Hansen era muy bien visto en todas partes, guardándosele muchas consideraciones y respeto. Todo el mundo lo tenía por hombre bueno, religioso, sensato, justo y de buenas costumbres. Ver a "Kaiser", a la perrita del raro Pelayo Aznari, y lanzarse sobre ella ¡fue uno! Al observar aquello sentí un horrible escalofrío, al mismo tiempo que ansiosamente buscaba alguna cosa a mi alrededor, con que defender al infeliz animalito, que un instante sería despedazado. Hansen reía a "mandíbula batiente", y confiado y alegre gritaba a su perro. Entonces sucedió algo inesperado: Pelayo Aznari sacó rapidamente del bolsillo derecho de su chaqueta un revolver, con el que, sin titubear, apuntó al feroz can, interponiendose entre este y su perrita, que, medrosa y encogida, se escondía tra él. El instinto, o quizás el brillo del arma, detuvo al "bulldog", en tanto que Hansen, al ver aquello, corría tanto como sus fuerzas se lo permitían, llamando con fuertes voces a su perro. La escena terminó cuando el teutón, eahndo chispas, increpó su actitud a Aznari, diciéndole que "esas no eran maneras"...
LOS hechos descritos, forzaosamente nos obligaron a iniciar una conversación... No obstante el incidente, Pelayo Axnari se hallaba sereno y tranquilo. La pistola, --me dijo--, solamente suelo usarla en casos como este que le ha tocado a usted presenciar y que lamento muchísimo... Soy hombre que respeto a todo el mundo e incapaz de hacer el menor daño a nadie.
NOS sentamos cómodamente bajo un gran eucalipto y platicamos de muchas cosas. ¡No sabe el gusto que me da conocerlo!... --me dijo--. Su costumbre de dar largos paseos sokitarios, siempre me hicieron suponer que entre usted y yo existiría alguna afinidad. Muchas veces, al verlo de lejos, caminando por tan apartados lugares, me dieron deseos de saludarlo y platicar con usted, acompañándolo en su recorrido. Yo, que por mi parte había experimentado los mismos deseos, así se lo hice saber, y pronto entre nosotros se estableció una franca y cordial simpatía. Conversamos mucho. Yo lo escuchabacon verdadera atención y curiosidad, recordando todo lo que se decía de él. Poseía gran agilidad mental y un don especial para dar fuerza a sus palabras y argumentos. Su plática me pareció en extremo interesante, sus razonamientos claros y sus puntos de vista lógicos. En todo lo que decía se notaba al hombre que ha vivido mucho, al hombre de bastante experiencia. Todo en el era cuerdo, profundo, y, sin embargo, sencillo. Entonces comprendí por qué lo consideraban loco y raro... ¡la razón era obvia!... ¡era diferente!... ¡con eso bastaba!
NO convengo, me decía en aquella ocasión, con las desenfrenadas ambiciones del hombre, con su constante y terrible lucha por adquirir dinero en lugar de sabiduría, con sus falsas necesidades, su asquerosa animalidad apenas didimulada, su odio a la verdad, su indiferencia para las cosas del espíritu, su brutal egoísmo, sus diversiones bárbaras, como la de las corridas de toros, las peleas de gallos, el tiro al pichón, etc., o estupidas como el boxeo, o la lucha libre, o totas e infantiles como todas esas de la pelota. ¡Pensar que existen millones de fanáticos para todas esas cosas!... No estoy de acuerdo tampoco con la manera de actuar de las organizaciones religiosas en general, cuya tendencia debería ser, preferentemente, desarrollar de manera efetiva y con procediemientos prácticos el amor, la bondad, la cultura, la humildad; pero sobre todo la comprensión entre todos los seres de la Tierra, en lugar de fomentar la la profunda división que existe, y de su labor insubstancial e inefectiva, siendo la mejor pruebe de ello: las guerras que no cesan en el mundo, la lucha sorda y constante entre las diversas clases sociales, el aumento del vicio, del crimen, de la prostitución, de la inmoralidad en todos los aspectos, del fanatismo que produce terribles odios... Sobre este particular pienso que si todas las religiones tienden a un mismo fin, ¿por qué no se ponen de acuerdo...? Amo a Dios sobre todas las cosas, y tengo un espíritu tan profundamente religioso, que, por ejemplo, jamás puedo beber un vaso de agua, sin dar antes gracias al Creador.
ME gustaría mucho ser su amigo, --le dije-- ¿me permitirá usted visitarlo alguna de estas noches? Será para mi un gran placer, --me respondió--, yo también deseo su amistas. Esperaré su visita. ¡Adios!
Y así fue como me relacioné e hice amistad con Pelayo Aznari. Noche a noche lo visitaba. Entre los dos preparabamos el té, y en su pequeña biblioteca, en un ambiente grato y acogedor, charlabamos largamente de mil cosas finas y agradables. Yo sé, --me decía--, que soy considerado como un ente raro... ¡y quizás lo sea! Un individuo como yo, no puede tener cabida en una sociedad con la que no está de acuerdo. ¡En verdad, nunca he sabido que pensar de mi!... sobre todo, cuando noto la diferencia tan marcada que existe entre la manera de pensar de los demás y la mía...
CIERTA noche, que festejabamos su retorno al hogar, después de un viaje más o menos largo por eñ extranjero, bebimos un sabroso vinillo y al calor de la bebida nos pusimos un tanto románticos... Entonces, se le ocurrió recitar unos maravillosos versos de un excelente amigo de ambos, que me tuvieron suspenso. Al terminar, lo abracé emocionado, haciéndole la observación de que cuando recitaba, su rostro irradiaba una gran felicidad. Nadie, --le dije-- me ha parecido más feliz que usted en ese momento... Me miró fijamente, con una de esas miradas muy suyas, movió la cabeza y poniendo sus manos en mis hombros me dijo:--En muchas ocasiones le he platicado a usted de mi felicidad... Efectivamente soy feliz, mucho, muy feliz, y mi felicidad se deriva de una cosa muy sencilla: de mis observaciones. Podríamos decir que mi dicha es un producto lógico y natural de ellas... Y, con suave ademán, me invitó a tomar asiento. ¡Mire usted! --prosiguió--, la gente puede ser feliz por uno, dos , tres, cinco o diez motivos... Yo lo soy por centenares... ¿Se interesaría usted en conocerlos? Indudablemente, --le contesté-- ¡Pues bien! mañana mismo procuraré comenzar a poner en orden mis modestísimas ideas sobre el particular, y redactaré lo que me gustaría llamar: "Los trescientos y un motivos por los cuales soy feliz"... ¿Qué le parece?... Prepárece usted, porque en ellos habrá de todo... ¡Por ciert! que esos motivos no han de ser todos; pero por lo menos los principales, y si usted lo quiere, podríamos comentarlos en la misma forma que acostumbramos hacerlo con nuestros diversos temas... y así tener la oportunidad de burlarnos y reirnos de ese "mi Yo" que tan malas pasads acostumbrra jugarme... ¿De acuerdo?...
DIAS después me hizo entrega de un voluminoso lote de cuartillas, con una serie de comentarios, numerados del uno al trescientos uno. Estos comentarios son los que reproduzco an principio de esta obra, sin quitar y poner nada absolutamente...
LA relación que tuve con Pelayo Aznari por espacio de veinte años. fue la de una noble e íntima amistad. Por ese tiempo contraje matrimonio, tuve muchos hijos y pude crear una fortuna a base de honradez, sin menoscabo de nadie. En todos sus actos fue justo, y en todas sus cosas claro y definido. Le gustaba ganar dinero solamente para poder ayudar a los demás. Mo creo que haya habido un solo día de su vida, en que no hubiera hecho muchos favores y beneficios. Caminaba por las calles atento para ver a quien podía ser útil. A todos consolaba y socorría. Cada año organizaba una campaña para realizar mil obras buenas, y el solo, sin la ayuda de nadie, las hacía. Noches enteras se pasaba recorriendo la ciudad para ayudar a cuantos podía. Carecía de religión; pero amaba profundamente a Dios. Su respeto a la naturaleza era tal, que no era capaz de cortar una flor. Su filosofía le permitió vivir una de las vidas más íntegras de que haya yo tenido noticia. De él podría decirse lo que Amado Nervo dijo de sí mismo:
MUY cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
PORQUE veo al final de mi rudo camino
que yo fuí el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas;
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
CIERTO, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas que tu no me dijiste que mayo fuése eterno!
HALLE sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tú solo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
AMÉ, fuí amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!...
PELAYO AZNARI, murió un día del mes de mayo, justamente al cumplir setenta años de edad. Expiró mientras oía buena música, sonriendo a los suyos y en paz con todos... De entonces acá ha transcurrido algún tiempo. Yo, siempre pensando en él, en su manera de ser, en sus cosas, en su filosofía... en todo eso que le permitió tan amplia y gozozamente... ¡Y así! he resuleto escribir este ensayo, para dar a conocer sus ideas; ¡pero en cierta forma! ¡como si estas fueran mías!... todo traducido al momento y basado en mis recuerdos, su correspondencia... Lo haré de acuerdo con mis conocimientos y modestísima cultura; pero eso sí, con una gran fe en que podrá ser útil a todos, particularmente a los espíritus libres y a los hombres buenos. ¡Ojalá no me equivoque!... y la filosofía de Pelayo Aznari y este esfuerxo resulten provechosos.
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