Por: José Tamborrel Suárez
Año: 1952
Un detalle que muestra el carácter fiestero y despreocupado del mexicano, es que es el único país en donde se celebra en dos días festivos la fecha de la Independencia. En todos los países del mundo existe un día dedicado a esta celebración. México, disfruta de dos: el 15 y el 16 de septiembre; pero estos días se convierten a veces en tres, en cuatro o en cinco… ¡según el humor colectivo!
El pueblo de México vive atormentado de anhelos por una vida política político-social mejor. Está seguro de que no es feliz y de que carece de todo por culpa exclusiva de sus gobiernos. Esta idea, que predomina en las clases populares, solamente puede desaparecer el día el día que pueda elegir con toda libertad a sus dirigentes. Mientras los gobiernos son impuestos, no podrá pensar de otra manera y vivirá desconfiado y molesto… (Y un día puede estallar).
He observado con mucha frecuencia que en la mayor parte de los edificios públicos de la ciudad de México, lucen en lugares bastante visibles, sendas placas de bronce o mármol, --indudablemente muy costosos--, con leyendas como esta: “Este edificio es propiedad del Departamento Central del D.F.”… ¿Acaso habrá habido quien dispute el derecho de propiedad sobre tales edificios públicos?...
Los mexicanos no estamos habituados a analizar las cosas. Nos inclinamos en un sentido u otro, influidos por simples rumores o noticias de prensa… Muchas veces nos inclinamos ante determinado lado, simplemente por instinto; pero lo general es que lo hagamos por intuición.
La Ley de Amparo, de la que México se siente orgulloso, no ha servido para otra cosa que para proteger bribones. Los hombres honrados desconocen los beneficios del Amparo… Los bribones siempre llevan uno en la bolsa. Esta es una de las leyes que más perjuicios ha causado a la sociedad… y, sin embargo, nadie protesta.
¡Va de guasa…! El pueblo de México siente gran admiración por uno de sus presidentes, que raramente demostró rara habilidad para posponer los problemas que necesariamente se presentaron en el curso de su gestión. Tal habilidad demostró en esto, que el pobre pueblo se hundió en complicaciones y miseria. Se le recuerda con el célebre alias de “El Gran Posponedor”… A este buen señor, se le olvidó incluir en el programa de su gobierno, la siguiente frase, que hubiera estado muy bien: “Todo problema, grande o pequeño, que se me presente, será invariablemente pospuesto, tantas veces como sea necesario”. De haber incluido esta frase en su programa, hubiera sido lo único que verdaderamente cumplió… (¡Vaya que si lo cumplió!).
¿No creen ustedes que es una alcahuetería de muy mal gusto lo de la fiesta de “La Flor más Bella del Ejido”?
¿Cuándo conoceremos realmente la manera de ser mexicano?...
En México, tan lleno de calamidades, se ha soltado últimamente una verdadera plaga de dizque “nobleza auténtica”, que ya nos tiene “fritos”. Lo que más abunda son los príncipes. Cualquier tipo mugroso le resulta a uno de la más rancia nobleza europea. ¡Difícil es ir a cualquier parte sin “dar con un señor de estos!... Lo curioso es que la prensa en general es la que mejor les hace “su juego”. ¡Tal parece que fuera monarquista!... ¡Y lo peor de todo esto, es que todavía hay políticos que se dejan deslumbrar por esos!...
México, ¡nuestro pobre y querido México! Está sufriendo una incontenible fiebre de títulos nobiliarios… La mayor parte de las páginas sociales están llenos de títulos (ridículos y sin sentido)… En sociedad, el que carece de un titulillo ¡está reventado!... La lucha para obtenerlos está en juego. Los nuevos ricos “agonizan” por uno, ¡Cualquiera que sea! ¡Eso no importa! Son incapaces de cooperar con cincuenta pesos a una obra de servicio social; pero por un título nobiliario darían cientos de miles de pesos… ¡millones!... ¡Qué alegría! ¡Qué orgullo poderse llamar marqués de Tepito, duque de Iztacalco, barón de la Tlaxpana o con de Barbas Tenango!... ¡Si la gente que exhibe títulos de nobleza supiera el ridículo que hace…!
En México sistemáticamente se hace el ridículo cuando se trata de la visita de algún personaje importante. En lugar de ser tratados con exquisita finura, discreción y tacto, haciéndoles sentir hospitalidad, se les molesta y se les fatiga sin cuento, atiborrándolos de ceremonias, actos y festejos, mariachis, sombreros de charro, chinas poblanas de alquiler, falsos charros, indigestas comidas, y cansados recorridos. Es natural que esta gente, a las veinticuatro horas de estar con nosotros, trate de escapar, buscando cualquier pretexto. No hay resistencia física que soporte la oficiosidad, algarabía y molestias de que se rodea a esos infelices. La nota más extraordinaria de estas “fiestas” la dan los eternos vividores, que como arte de magia aparecen por millares, todos esgrimiendo derechos, todos dispuestos a dar la batalla a como de lugar… Centenares de funcionarios que a toda costa quieren tener el “honor”… y junto con ellos, sus señoras esposas, hijos, primos, cuñados, sobrinos y suegros… ¡Inútil decir, que el pueblo descalzo y hambriento es el que paga!... Los dineros del pueblo se dilapidan; pero los charros y las chinas poblanas sintéticas se salvan… y miles de burócratas estómagos se dilatan de materiales satisfacciones… (Y como si todo lo anterior no fuera demasiado, siempre, después de estas fiestas de agasajo, aparece por ahí un nuevo rico).
Un señor Secretario de marina, de uno de tantos “desgobiernos” que hemos sufrido, me decía en cierta ocasión: “Yo y el señor Presidente, estamos de acuerdo en hacer de la ciudad de México un gran puerto del Atlántico…” ¿Cómo dijo? –pregunté azorado--, ¡Lo que oyó, mi amigo…! Pensamos hacer de la ciudad de México un gran puerto de mar… Naturalmente pensé que se trataba de una broma, y quise cambiar de conversación; pero el señor Secretario no lo permitió, y haciéndome sentar a su lado, me explicó; Si la ciudad de Los Ángeles, California pudo convertirse en puerto estando a gran distancia del mar. ¿Por qué nosotros no lo vamos a poder hacer?... Huelgan comentarios…
Año: 1952
Un detalle que muestra el carácter fiestero y despreocupado del mexicano, es que es el único país en donde se celebra en dos días festivos la fecha de la Independencia. En todos los países del mundo existe un día dedicado a esta celebración. México, disfruta de dos: el 15 y el 16 de septiembre; pero estos días se convierten a veces en tres, en cuatro o en cinco… ¡según el humor colectivo!
El pueblo de México vive atormentado de anhelos por una vida política político-social mejor. Está seguro de que no es feliz y de que carece de todo por culpa exclusiva de sus gobiernos. Esta idea, que predomina en las clases populares, solamente puede desaparecer el día el día que pueda elegir con toda libertad a sus dirigentes. Mientras los gobiernos son impuestos, no podrá pensar de otra manera y vivirá desconfiado y molesto… (Y un día puede estallar).
He observado con mucha frecuencia que en la mayor parte de los edificios públicos de la ciudad de México, lucen en lugares bastante visibles, sendas placas de bronce o mármol, --indudablemente muy costosos--, con leyendas como esta: “Este edificio es propiedad del Departamento Central del D.F.”… ¿Acaso habrá habido quien dispute el derecho de propiedad sobre tales edificios públicos?...
Los mexicanos no estamos habituados a analizar las cosas. Nos inclinamos en un sentido u otro, influidos por simples rumores o noticias de prensa… Muchas veces nos inclinamos ante determinado lado, simplemente por instinto; pero lo general es que lo hagamos por intuición.
La Ley de Amparo, de la que México se siente orgulloso, no ha servido para otra cosa que para proteger bribones. Los hombres honrados desconocen los beneficios del Amparo… Los bribones siempre llevan uno en la bolsa. Esta es una de las leyes que más perjuicios ha causado a la sociedad… y, sin embargo, nadie protesta.
¡Va de guasa…! El pueblo de México siente gran admiración por uno de sus presidentes, que raramente demostró rara habilidad para posponer los problemas que necesariamente se presentaron en el curso de su gestión. Tal habilidad demostró en esto, que el pobre pueblo se hundió en complicaciones y miseria. Se le recuerda con el célebre alias de “El Gran Posponedor”… A este buen señor, se le olvidó incluir en el programa de su gobierno, la siguiente frase, que hubiera estado muy bien: “Todo problema, grande o pequeño, que se me presente, será invariablemente pospuesto, tantas veces como sea necesario”. De haber incluido esta frase en su programa, hubiera sido lo único que verdaderamente cumplió… (¡Vaya que si lo cumplió!).
¿No creen ustedes que es una alcahuetería de muy mal gusto lo de la fiesta de “La Flor más Bella del Ejido”?
¿Cuándo conoceremos realmente la manera de ser mexicano?...
En México, tan lleno de calamidades, se ha soltado últimamente una verdadera plaga de dizque “nobleza auténtica”, que ya nos tiene “fritos”. Lo que más abunda son los príncipes. Cualquier tipo mugroso le resulta a uno de la más rancia nobleza europea. ¡Difícil es ir a cualquier parte sin “dar con un señor de estos!... Lo curioso es que la prensa en general es la que mejor les hace “su juego”. ¡Tal parece que fuera monarquista!... ¡Y lo peor de todo esto, es que todavía hay políticos que se dejan deslumbrar por esos!...
México, ¡nuestro pobre y querido México! Está sufriendo una incontenible fiebre de títulos nobiliarios… La mayor parte de las páginas sociales están llenos de títulos (ridículos y sin sentido)… En sociedad, el que carece de un titulillo ¡está reventado!... La lucha para obtenerlos está en juego. Los nuevos ricos “agonizan” por uno, ¡Cualquiera que sea! ¡Eso no importa! Son incapaces de cooperar con cincuenta pesos a una obra de servicio social; pero por un título nobiliario darían cientos de miles de pesos… ¡millones!... ¡Qué alegría! ¡Qué orgullo poderse llamar marqués de Tepito, duque de Iztacalco, barón de la Tlaxpana o con de Barbas Tenango!... ¡Si la gente que exhibe títulos de nobleza supiera el ridículo que hace…!
En México sistemáticamente se hace el ridículo cuando se trata de la visita de algún personaje importante. En lugar de ser tratados con exquisita finura, discreción y tacto, haciéndoles sentir hospitalidad, se les molesta y se les fatiga sin cuento, atiborrándolos de ceremonias, actos y festejos, mariachis, sombreros de charro, chinas poblanas de alquiler, falsos charros, indigestas comidas, y cansados recorridos. Es natural que esta gente, a las veinticuatro horas de estar con nosotros, trate de escapar, buscando cualquier pretexto. No hay resistencia física que soporte la oficiosidad, algarabía y molestias de que se rodea a esos infelices. La nota más extraordinaria de estas “fiestas” la dan los eternos vividores, que como arte de magia aparecen por millares, todos esgrimiendo derechos, todos dispuestos a dar la batalla a como de lugar… Centenares de funcionarios que a toda costa quieren tener el “honor”… y junto con ellos, sus señoras esposas, hijos, primos, cuñados, sobrinos y suegros… ¡Inútil decir, que el pueblo descalzo y hambriento es el que paga!... Los dineros del pueblo se dilapidan; pero los charros y las chinas poblanas sintéticas se salvan… y miles de burócratas estómagos se dilatan de materiales satisfacciones… (Y como si todo lo anterior no fuera demasiado, siempre, después de estas fiestas de agasajo, aparece por ahí un nuevo rico).
Un señor Secretario de marina, de uno de tantos “desgobiernos” que hemos sufrido, me decía en cierta ocasión: “Yo y el señor Presidente, estamos de acuerdo en hacer de la ciudad de México un gran puerto del Atlántico…” ¿Cómo dijo? –pregunté azorado--, ¡Lo que oyó, mi amigo…! Pensamos hacer de la ciudad de México un gran puerto de mar… Naturalmente pensé que se trataba de una broma, y quise cambiar de conversación; pero el señor Secretario no lo permitió, y haciéndome sentar a su lado, me explicó; Si la ciudad de Los Ángeles, California pudo convertirse en puerto estando a gran distancia del mar. ¿Por qué nosotros no lo vamos a poder hacer?... Huelgan comentarios…
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