sábado, 25 de agosto de 2012

DE LA CRÍTICA


Por: José Tamborrel Suárez
Año: 1952

Raros son los hombres que tienen el valor suficiente para criticarse sinceramente a sí mismos.

La crítica es como el bumerán, siempre regresa a su punto de partida. El que critica debe estar siempre preparado para la respuesta.

Los que no gusten de la pelea, que no critiquen.

Por una crítica constructiva… mil destructivas.

Para dar rienda suelta a las pasiones, no hay como la crítica.

Por lo general, los reproches no dan buen resultado. El hombre que sabe vivir jamás reprocha.

¿No será mejor auto-inspeccionarse antes de criticar y ver los defectos de loa demás?...

El hombre ordinario calla lo que le gusta; pero alborota y discute por lo que le disgusta.

Critiquemos; pero sin llegar a la mala intención.

No es posible la uniformidad de pareceres. Esto da lugar a la inconformidad, la que a su vez engendra el ataque, el cual puede ser suave, bien intencionado, irónico, malévolo, candente, etc. Es raro que el ataque no vaya acompañado de pasión, que es lo que suele constituir su principal fuerza. El ataque viril y sincero es rarísimo. Los hombres gustan de atacar; pero por abajo, eludiendo las consecuencias y responsabilidades, ¡Tirar la piedra y esconder la mano!… ¡El valor civil es excepcional!…

Suavicemos nuestros juicios. No prejuzguemos, Tengamos presentes nuestras propias flaquezas, pasiones, impulsos, vicios…

El descontento es una especie de purgante para el espíritu. Su reacción es la crítica.

La crítica excita… los elogios calman…

Para triunfar sobre el ataque no hay mejor fórmula que la indiferencia.

Cuando una obra provoca ataque es buena señal, pues quiere decir que sirve y vale. La obra que provoca reacciones, generalmente es buena.

El crítico, por su manera de ser, digamos: por su costumbre de criticar, no puede disfrutar de infinitas cosas, especialmente de aquellas que son “su fuerte"

sábado, 11 de agosto de 2012

DEL EXHIBICIONISMO EN LAS PLAYAS


Por: José Tamborrel Suárez
Año: 1952

Es una lástima que todas las costumbres en las playas sean tan insensatas y llenas de snobismo pesado y vulgar.

Las playas se hacen odiosas por el snobismo degradante que impera en ellas.

La tontería y la licencia es lo que generalmente predomina en las llamadas playas de moda.

En la playa y en los demás lugares en donde el hombre y la mujer se exhibes en los ridículos trajes de baño, la educación se mueve de un lado para otro, con el fin de impedir se cometan ciertos actos contra “la moral”. En estos casos, hombres u mujeres se comportan “razonablemente”, pero a flor de cada uno de ellos está lo que son… ¡y lo que ´piensan!

Para sentir asco por algunas personas, no hay como verlas en la plata en traje de baño.

Es notable el “changuismo” que se exhibe en las playas.

Para darse cuenta de la pobreza física, moral y mental de la gente, no hay sitio mejor que las playas y lugares por el estilo. (En esos sitios, todos se sienten Venus, Apolos…y grandezas…

En las playas, las mujeres ya no se desvisten más, porque materialmente no pueden.

Una mujer puede exhibirse casi desnuda en una playa (simple pantaletas e insignificante ajustador) delante de miles de hombres desconocidos, vulgares y groseros y, sin embargo, ser decente, cándida, virtuosa, púdica, discreta, moderada, sencilla, pura, espiritual, juiciosa… ¡Ah, farsa de la corrompida sociedad!...

¡Qué farsa!... Una mujer no se deja ver en la calle vestida solamente con pantaletas y portabusto; pero en la playa si… ¿En que quedamos con la decencia?

Toda esa horrible alharaca que arman los bañistas en las piscinas y en las playas, no es por otra casa, aunque ellos no lo sepan, que por acallar su falta de pudor, latente en el fondo de cada uno de ellos.

El pudro es natural en el individuo. La falta de pudor no es natural y revela desde luego alguna anormalidad. El cubrirse o taparse es algo como una especie de amparo instintivo. El individuo normal siempre es pudoroso, y por nada de esta vida se exhibiría en forma contraria a las buenas reglas establecidas sobre el particular. Con la “civilización”, el instinto del pudor pudo desarrollarse más ampliamente, hasta llegar a ser una prensa moral indispensable en el ser humano en general. En esto, como n la mayor parte de las cosas, ¡se es o no se es!... La actitud de algunas mujeres resulta incongruente en esta cuestión. Por ejemplo; una mujer “decente” toma asiento cuidadosamente, viendo que el vestido “no se le suba”, y es capaz de pensar muy mal del hombre que fijara su atención en cualquier detalle que ella por descuido mostrara; pero en cambio, una hora después, esa misma mujer se desviste por ahí en cualquier lugar público –una caseta de baño de alguna piscina o de alguna playa-- y sale a exhibirse punto menos que desnuda (de hecho desnuda), delante de centenares de personas, probablemente sin educación… Hablando con franqueza y haciendo a un lado las infantiles defensas que suelen hacerse eb estos casos. ¿Se puede llamar pudor a eso? ¿Se puede llamar decencia? ¿Es moral?... No nos hagamos tontos. Eso no es pudor ni decente ni moral.

Desde el punto de vista dela verdad estricta: ¿existe alguna diferencia entre la mujer que públicamente se exhibe en traje de baño, de la que “por ahí” lo hace en ropa íntima?

Por más que quiero, no puedo encontrar la diferencia entre la mujer “decente” que se exhibe desnuda en una playa, y la “mariposilla” que por necesidad p desvergüenza lo hace en cualquier “burlesque” o revistilla de teatro de arrabal.

Si las mujeres no se engañaran tanto con su belleza y atractivos, no serían tan insensatas se exhibirse públicamente en traje de baño.

Ver el trasero a la gente es horrible… y eso es lo que enseñan a todo el mundo las mujeres “decentes” en las playas y balnearios.

Eso del desnudismo en las playas es una grandísima porquería… (Las religiones están cruzadas de brazos ante tanta insensatez…)