Por: José Tamborrel Suárez
Año: 1952
Raros son los hombres que tienen el valor suficiente para criticarse sinceramente a sí mismos.
La crítica es como el bumerán, siempre regresa a su punto de partida. El que critica debe estar siempre preparado para la respuesta.
Los que no gusten de la pelea, que no critiquen.
Por una crítica constructiva… mil destructivas.
Para dar rienda suelta a las pasiones, no hay como la crítica.
Por lo general, los reproches no dan buen resultado. El hombre que sabe vivir jamás reprocha.
¿No será mejor auto-inspeccionarse antes de criticar y ver los defectos de loa demás?...
El hombre ordinario calla lo que le gusta; pero alborota y discute por lo que le disgusta.
Critiquemos; pero sin llegar a la mala intención.
No es posible la uniformidad de pareceres. Esto da lugar a la inconformidad, la que a su vez engendra el ataque, el cual puede ser suave, bien intencionado, irónico, malévolo, candente, etc. Es raro que el ataque no vaya acompañado de pasión, que es lo que suele constituir su principal fuerza. El ataque viril y sincero es rarísimo. Los hombres gustan de atacar; pero por abajo, eludiendo las consecuencias y responsabilidades, ¡Tirar la piedra y esconder la mano!… ¡El valor civil es excepcional!…
Suavicemos nuestros juicios. No prejuzguemos, Tengamos presentes nuestras propias flaquezas, pasiones, impulsos, vicios…
El descontento es una especie de purgante para el espíritu. Su reacción es la crítica.
La crítica excita… los elogios calman…
Para triunfar sobre el ataque no hay mejor fórmula que la indiferencia.
Cuando una obra provoca ataque es buena señal, pues quiere decir que sirve y vale. La obra que provoca reacciones, generalmente es buena.
El crítico, por su manera de ser, digamos: por su costumbre de criticar, no puede disfrutar de infinitas cosas, especialmente de aquellas que son “su fuerte"
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