Año: 1952
Si atenuará ramos nuestros deseos, sin duda seríamos mucho más dichosos. A la mayor parte de las cosas les concedemos una importancia que están muy lejos de tener. El hombre pierde su tranquilidad por no querer frenar su ambición.
Pretender con ansia, es ambición. La ambición es un apetito desordenado por adquirir fama, influencia, honores, dinero, poder… La ambición no es buena ni mala, depende de lo que se desee. La característica más sobresaliente del ambicioso es que siempre se imagina que su felicidad depende de algo que no posee. Ya un pensador dijo. —“Contentarse con poco es difícil, contentarse con mucho imposible”.
Aspirar a más de lo que lógicamente nos está permitido es una ilusión que solamente cabe en los espíritus fuertes.
“Cuenta lo que posees y no lo que te haga falta…”, decía Amado Nervo. Esta frase tan sabia debería estar esculpida en todas partes, para la salud espiritual de la humanidad, siempre insatisfecha.
Es muy raro que esas dos compañeras inseparables que son la codicia y la ambición, no se reflejen en el rostro.
La ambición siempre trae consigo su propio castigo: el de desear más y más, ¡y no acabar nunca!
El deseo constante de poseer más y más, por medio de una ambición sin freno, se comprende en gente que es producto de generaciones miserables y hambrientas, ¡de parias infelices! Por eso hay que verlos con espíritu comprensivo… con lástima.
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