lunes, 14 de enero de 2008

DE LA ADULACIÓN

Por: José Tamborrel Suárez
Año: 1952

Afortunadamente los aduladores solamente viven de los verdaderos estúpidos. De ellos viven y engordan.

Los aduladores son parcos en lisonjas con los de abajo; para así poder acumular para los de arriba. Con los unos economizan... y con los otros despilfarran.

Aprobar las virtudes o cualidades de otros con algún fin que no sea su propio merecimiento, revela bajeza de espíritu.

Se debe vivir prevenido en contra de ésos que se dice tienen "labia". De ésos, que por su manera de hablar sugestionan y gustan. La regla es que siempre sean falsísimos valores... ¡Simpatía por fuera, miseria y basura por dentro!...

Adular es alabar con espíritu interesado. El adulador es hipócrita. Para él solamente existen dos clases de gentes: los que pueden dar, y los demás. Muchos aman la lisonja y favorecen a los aduladores, resultando así peores que éstos; pues por lo menos los que adulan, lo hacen buscando un provecho, que quizá hasta necesiten, en tanto que los otros lo hacen por estupidez y por el deplorable gusto de verse adulados.

El señor general don Alvaro Obregón, exquisito pensador y filósofo, solía decir: -"No nos preocupemos del mal que nos puedan hacer nuestros enemigos; preocupémonos por el que nos pueden hacer los amigos que nos adulan..."

El adulador es un pobre diablo, cualquiera que sea su posición económica, política o social.

Debemos vivir en guardia contra el halago, la alabanza, el elogio y todas esas cosas. Ellas dan al traste con los mejores propósitos y con las más fuertes voluntades.

Se debe desconfiar de esos que todo alaban y a todos tributan lisonjas. Generalmente son unos desvergonzados... Sus víctimas preferidas son los simples.

La lisonja en términos generales es vil. Ni hay que decirla, ni hay que escucharla.

Para el adulador todo está bien, todo es genial, magnífico, sublime, maravilloso, estupendo, único.

Para mal de los aduladores existen quienes creen que se merecen todas las lisonjas y alabanzas contenidas en la vaciedad humana, y en consecuencia no las agradecen ni las recompensan.

En la mayoría de los casos, los que adulan y mienten no engañan a nadie... ¡ni siquiera a sí mismos!

Para lisonjear el amor propio de los tontos no se necesita mucho; pero para hacerlo con los verdaderamente inteligentes, sí se requiere de mucho tacto y de mucha destreza.

Hay que tener presente que adular quiere decir poner la cabeza en el suelo...

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