jueves, 23 de septiembre de 2010

De los apellidos y de los apodos









Por: José Tamborrel Suárez




Año: 1952




Fue hasta principios del Siglo XI, cundo los apellidos comenzaron a usarse con regularidad. Cada quien tomó el suyo como les vino en gana. Los nobles, los tomaron de sus feudos o de sus comarcas; la gente común y corriente de sus oficios, defectos, color de su tez o de su pelo; de los lugares donde nacieron, de las flores, las plantas, los frutos; de las herramientas de trabajo, de sus cargos, apodos, etc., etc. Las legislaciones de la mayor parte del mundo, no permiten se alteren o cambien los apellidos que corresponden a cada familia por el troco de donde descienden, pues esa práctica presenta a la sociedad actual gravísimos inconvenientes, fáciles de comprender. Nada mejor que cada quien lleve su nombre, por el cual pueda ser llamado y reconocido… y, nada más natural que siendo que siendo algo tan único y especial, y sobre todo, tan de uno, quiera para él lo mejor en respeto y consideraciones. De ahí la preocupación en la gente que se estima, de velar por el nombre que lleva. Justamente, el sentimiento del honor nace de este principio, y ambos: apellido y honor marchan juntos por indisolubles lazos.





Más valer… y menos apellidos.





Cualquier apellido es bueno, con tal de que sea honrado.





La única forma de cuidar el honor y el prestigio de un hombre, es poseyendo lo que se trata de proteger.





Trata siempre de llevar un apellido honrado. Hay en ello una grandísima satisfacción, y conveniencias incalculables.





El buen nombre no tiene precio.





Existe una regla: gente que se firma con muchos nombres y apellidos, vale poco.





Apodo es el nombre que suele darse a las personas, tomando de sus defectos corporales o de alguna otra circunstancia. La gente decente no pone apodos a nadie, ya que eso constituye una burla, y ella, por lo menos así se entiende, no es capaz de burlarse de alguien… Por otra parte, el que pone un apodo queda sujeto a la misma condición, exponiéndose a que a él también le pongan uno… Lo mejor es respetar a todos, llamándolos por su nombre… y no familiarizándose con nadie.





Los apoditos que se ponen las "niñas de sociedad" son terriblemente cursis. Ejemplos: "la Breba", "Chepepona", "Pita", "La Malicha"…





Si cuidamos nuestro apellido, nos cuidamos de todo… de absolutamente todo.






















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